Denise Colomb

Denise Colomb

1 de abril de 1902, París - 1 de enero de 2004 París (Francia)

 “Hay que olvidarse de todo, estar disponible, receptiva. Sólo así las fotografías son auténticas.”

Amante del arte y la humanidad, sus retratos trataron de reflejar el lado más amable de cuantos personajes, anónimos o famosos, posaron ante su cámara.

Nacida en París el 1 de abril de 1902 en una familia burguesa originaria de Alsacia, Denise Loeb se casó más tarde con un ingeniero naval, Gilbert Cahen. De este modo, inauguró una vida de viajes, en especial a Asia y Polinesia. En Saigón, con una pequeña cámara (Super Nettrel), se aventuró por los arrabales y realizó un diario. Poco tiempo después de regresar a Francia estalló la guerra. Fue en ese momento cuando adoptó el seudónimo de Colomb. Refugiada en Dieulefit, en la Drôme, escapó con su marido y sus hijos a las denuncias antisemitas. 

Cuando Aimé Césaire descubrió sus fotografías de Indochina, le sorprendió la nobleza de los rostros y el respeto que testimoniaban. Así pues, la invitó a unirse a la misión de celebración del centenario de la abolición de la esclavitud y a fotografiar las Antillas francesas. Denise Colomb recibió de este modo su primer encargo oficial a la edad de 46 años. En los años cincuenta realizó reportajes sobre los problemas de vivienda, el tráfico en carretera, los cocheros de París o la isla de Sein.

Es con Antonin Artaud con quien debuta en 1947 realizando una larga serie de retratos de artistas. Su hermano, Pierre Loeb, propietario de una famosa galería de arte en París, le presentó pintores y escultores.

Las característimas más emblemáticas de los artitas, los sueños que representan pero también las fragilidades que revelan, le ayudaron a expresar sus propios sentimientos. Artaud, turturado y visionario; la trágica belleza de Nicolas de Staël, fotografiado meses antes de su suicidio; el humilde y rudo Giacometti; Picasso en plaz, sentado en una escalera como una estatua viviente; Ernst, su ingobernable cabello y su aspecto ansioso, con los tejados de Paris como escenario. 

Fuesen famosos o desconocidos sus modelos, nunca renunció a su pasión por los rostros. Con noventa años seguía fotografiando caras reflejadas en espejos y máscaras africanas como testigo de su incansable pasión por el arte y la humanidad.

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