Inge Morath

Inge Morath
 

Graz, 27 mayo 1923 – New York, 30 enero 2002

“La fotografía es un fenómeno extraño, confías en tus ojos y no puedes evitar desnudar tu alma”
 
Su primer acercamiento a la fotografía fue en un viaje a Londres donde decidió abandonar el periodismo y optar por la fotografía. La razón para esta decisión es meramente práctica: aunque habla francés e inglés, su dominio de esos idiomas no le permite expresarse como ella quiere por escrito y opta por hablar a través de las imágenes, algo que resulta ser «un alivio y una necesidad interior».
En 1953 vuelve a París y con un foto-ensayo sobre sacerdotes obreros en París logra entrar en Magnum como fotógrafa asociada. Fue la primera mujer en ser miembro de Magnum, algo que solo consiguieron tres mujeres en los primeros 30 años de existencia de la agencia.
Morath era una especie de bicho raro en Magnum en cuanto se negaba a fotografiar todo lo que tuviera que ver con conflictos armados. «No quiero cubrir tragedias, las conozco bien», solía decir. Por cierto vivió en su propia carne las consecuencias del régimen nazi cuando se negó a ingresar en las juventudes hitlerianas.
Los directores de la agencia opinaban que Inge tenía muy bien ojo, pero su técnica fotográfica deja bastante que desear, por lo que deciden ponerla bajo la tutela de Henri Cartier-Bresson.

Con el padre del «instante decisivo» es con quien viaja a España, una experiencia que la marcará para siempre.
Morath se encuentra con un pueblo que sobrevive en la dictadura, pero a cuyas gentes retrata con admiración, dignidad y cercanía. Eso sí, Inge sigue evitando el conflicto: nada en sus fotos nos dice que estemos viendo a unas gentes que viven bajo el yugo de una férrea dictadura.

Gracias a su marido guionista Arthur Miller se acercó al mundo del cine hasta participar en algunas películas.
Era íntima de Marilyn Monroe y llevaba fotografiándola desde 1952.

Aunque durante toda su vida estuvo rodeada de hombres cuyo compromiso político marcó profundamente sus vidas y sus obras, para Inge disparar con su cámara no era un acto de redención, denuncia o justicia, sino una celebración de la gente, la vida y, por extensión, de la misma fotografía. Así lo expresó una vez y se mantuvo fiel a sus palabras hasta su muerte, a los 78 años de edad.

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